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Pastoral 24 NOVIEMBRE 2024

Pastoral 24 de Noviembre - Ap. Alberto Magno Sales de Oliveira

¡El Despertamiento en un Cementerio! – 4

“La mano de Jehová vino sobre mí, y me llevó en el Espíritu de Jehová, y me puso en medio de un valle que estaba lleno de huesos…; y he aquí que eran muchísimos sobre la faz del campo, y por cierto secos en gran manera. Me dijo entonces: Profetiza sobre estos huesos, y diles: Huesos secos, oíd palabra de Jehová… Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies; un ejército grande en extremo”. Ezequiel 37:1-10

¡Llorar por el pecado! Jeremías exclamó: “Mi cabeza fue como agua”, y David dijo: “Ríos de agua descendieron de mis ojos continuamente”. Amados hermanos, nuestros ojos están secos porque son secos nuestros corazones. Vivimos, amados hermanos, en unos tiempos cuando tenemos compasión sin compadecer.

 

Cuando una pareja del Ejército de Salvación escribió al general Booth que habían fracasado en uno de sus intentos de redimir a los perdidos, les envió esta breve respuesta: “Probadlo con lágrimas”. Así lo hicieron y tuvo lugar un despertamiento.

 

Los maestros bíblicos no enseñan a llorar. Por supuesto, no pueden hacerlo, es una enseñanza que sólo puede impartirla el mismo Espíritu Santo. Un predicador repleto de doctorados no irá lejos, a menos que experimente amargura por los pecados de nuestro siglo. Un clamor repetido de Livingstone era: “Señor, ¿cuándo será curadas las llagas de este mundo?” Pero nosotros, ¿nos sentimos apesadumbrados al orar? ¿Empapamos nuestros almohadones de lágrimas como lo hacía Juan Welch?

 

El erudito Andrew Bonar estaba en su cama un sábado por la noche, cuando oyó a altas horas de la madrugada un ruido de la gente que venía de una taberna cercana. Movido por un sentimiento irresistible de compasión empezó a gritar con toda la fuerza de sus pulmones: “¡Oh, oh, esta gente se pierde, se pierde!” ¡Ay, hermanos, nosotros no hemos aprendido así de Cristo! Muchos de nosotros no tenemos sino un ligerísimo sentimiento de simpatía, sin lágrimas, sin pasión alguna, por las almas que nos rodean.

 

Además, no sentimos el pecado como pecado: “Los necios se burlan del pecado”, dice el Libro de Dios. Fijémonos que llama necios, o locos, a los que menosprecian esta gran realidad. Lo grandes pensadores de la Iglesia cristiana han designado siete formas de pecar a las que llaman “pecados mortales”, dejando a otros como “pecados veniales”: pero es un gran error, pues todo pecado es pecado. Pero estos siete pecados son las raíces de millares de pecados. Las siete cabezas del monstruo que está devorando nuestra generación a toda prisa. Estamos ante una juventud seducida por el placer, que no se preocupa de Dios. Engreída con un pseudo-intelectualismo y adornada con una amplitud de criterio que significa indiferencia a todo lo espiritual, acepta fácilmente las normas degradadas de una nueva moral.

 

Sería divertido si no fuera trágico que una cierta estrella de cine (conocida por la poca ropa que viste) rehusó ver la primera de sus propias fotografías de strip-tease. (Esta es la clase de artista que nuestra juventud aplaude, de ahí que se produzcan en abundancia). El ansia de romper los moldes de moralidad de siglos pasados nos recuerda el caso de la mitología griega cuando Euriteo ordenó a Hércules la tarea de limpiar los inmensos establos de Aurigas, rey de los Pintos, que no lo habían sido por años, arrojando sobre ellos el curso de los ríos Afeo y Peneo.

 

Así que, ¡amados hermanos cristianos, de rodillas!, desistid del loco intento de mejorar la sociedad rociando la iniquidad individual e internacional con agua de rosas. Arrojad sobre su podredumbre los poderosos ríos de lágrimas y oración y de predicación ungida con el poder del Espíritu Santo, hasta que todo sea limpio. Como dice la estrofa:

“Hay pecado en el campo, hay traición.
¿Será en ti, será en mí?
Hay motivo en nuestras filas para la derrota.
¿Está en mí, Señor?
Pecado de egoísmo o de vanidad
Impiden la bendición en jóvenes y viejos.
Algo que detiene la bendición de Dios.
¿Está, Señor, en mí?
¿Está, Señor, en mí?
¿Está, Señor, en mí?

 

Dejemos que el Espíritu de Dios nos convenza de la necesidad de ajustar nuestro corazón al Suyo y que podamos así ser instrumentos poderosos para el avivamiento que está por venir.

 

En el Amor del Señor y en la Lucha por el Reino, Alberto Magno y Gladys de Sales, sus pastores.