Pastoral 17 de Noviembre - Ap. Alberto Magno Sales de Oliveira
¡El Despertamiento en un Cementerio! – 3
Con demasiada frecuencia hoy día muchos contamos el número de esqueletos que se levantan al llamamiento de algún famoso evangelista, conmovidos, seguramente, pero no nacidos de nuevo. A sus pocas lágrimas respondemos apresuradamente: “Cree estas promesas del Señor”, les decimos. Pero todavía no tienen vida. A veces ni siquiera volvemos a verlos; pero a veces prosiguen instruyéndose en las cosas espirituales. En el mejor de los casos, podríamos decir, como en el ejemplo de Ezequiel, que los huesos se cubren de carne, y entonces el valle se cubre, ya no de huesos, sino de cadáveres.
¿Sirven para algo en el Reino de Dios? De ningún modo. Tienen ojos, pero no pueden ver; tienen manos, pero no pueden luchar; pies, pero no pueden andar. Así son nuestros inquiridores; hasta que ocurre lo último. “Entonces volví a profetizar otra vez”, dice Ezequiel; venció la duda. En vez de quedarse desanimado, primero por los esqueletos y después por los cadáveres, sintió que Dios estaba con él y podía llevar la obra hasta el final. Sólo con Dios obtuvo la victoria. “Profetizó como le había sido mandado, y vino espíritu sobre ellos y VIVIERON.”
Pero, ¿quién puede decir hoy día de los cadáveres espirituales: “Profeticé como me había sido mandado, y vivieron”? Podemos, hermanos, conseguir multitudes. Nuestra inteligente propaganda, nuestra radio, nuestros artistas, nuestra música, pueden alcanzar multitudes y producir ruido y movimiento: pero ¿qué ganamos con todo ello? Porque, hermanos, lo cierto es que ni siquiera sabemos, muchas veces, si Dios nos ha llamado o no para entrar en el ministerio…
¿Tenemos dolor en el corazón por los hombres que perecen? El peso de pensar que un promedio de 85 personas muere sin Cristo en el mundo a cada minuto que pasa, ¿no es un motivo para sentirnos apesadumbrados? ¿No debemos, en este mismo momento, levantar los ojos a Dios (pues Él está mirándonos a ver si lo hacemos) y decirles: “¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio!”? ¿Podemos ahora mismo decir: “El Espíritu del Señor está sobre mí, ungiéndome para predicar”? ¿Contamos con el infierno? ¿Podrían decir los demonios de nosotros lo que dijeron de ciertas personas que pretendían actuar en nombre de Cristo? A Jesús conozco, y a los pastores que tú citas, X y X, también; pero tú mismo, ¿quién eres?
Las más probables predicciones políticas del provenir del mundo no son para alentar a nadie. ¿Y qué diremos de las religiosas? El ciudadano espectador está confuso viendo a los “Testigos de Jehová” repartiendo su veneno de puerta en puerta; a los Científicos cristianos (que no son ni científicos ni cristianos) proclamando sus errores; a los sectarios mormones o adventistas no dejando piedra por remover, y a la fracasada iglesia nominal manteniendo aún que ella tiene derecho de juntar bajo su regla a todos los que conocen a Cristo, pues ella sola tiene la promesa de las llaves del Reino de los Cielos. Por eso, el ciudadano del mundo que conoce el Evangelio de oídas, pero no ha visto ni sentido el poder del Evangelio como una visita divina al alma humana, tiene todo derecho a preguntar: “¿Dónde está vuestro Dios?” ¿Qué le contestaremos?
Una de las cosas más penosas es constatar la ineficacia de la verdad. ¡De la verdad más pura y ortodoxa! Casi todos sabemos de memoria qué dirá cada predicador fundamentalista. Pero no vemos que su mensaje de la Palabra “sea vivo y eficaz y más penetrante que una espada de doble filo”. Todos los ministros de las mejores iglesias se lamentan de la poca efectividad del Evangelio en el mundo moderno. Evangelismo de pompas de jabón parecen ser las más brillantes campañas…; relucen por una temporada…, pero después ¿qué?
Tenemos, quizás, un atisbo de despertamiento acá o allá en alguna iglesia, pero no logramos interesar ni despertar a los millones sin Dios. Conseguimos llenar algún estadio juntando autobuses repletos, por lo general, de miembros o asistentes ya a iglesias, pero necesitamos un general Booth para traer a los lejanos, a los que están sin Dios y sin esperanza en el mundo.
Los antiguos santos solían cantar: “Ven, alma que lloras, ven al Salvador… Dile, sí, tu duelo, ven tal como estás, que en Él hay consuelo, y no llores más.” Pero, ¿quién llora hoy día sus pecados? ¿Quién va a Dios quebrantado de corazón?
Sin embargo, la verdad es que Dios sólo puede usar cosas quebrantadas. Por ejemplo: Jesús tomó el pan y lo rompió. Sólo entonces pudo alimentar a la multitud. El vaso de alabastro fue roto y entonces es cuando la casa se llenó del olor del perfume. Jesús dijo: “Esto es mi cuerpo roto por vosotros.” Si esto hizo el Maestro, ¿qué haremos nosotros? Pues guardando nuestras vidas es como las perdemos, y perdemos a otros también. Dejémonos quebrantarnos ante el Señor para que Él nos pueda restaurar y levantar, a fin de que el avivamiento sea cada vez más posible entre nosotros en estos días presentes.
En el Amor del Señor y en la Lucha por el Reino, Alberto Magno y Gladys de Sales, sus pastores.